La aburrida idea de que Franz Kafka era un ser atormentado y gris que, casi por casualidad, escribió la obra más aclamada del siglo XX, es errónea y un falso mito. Kafka fue la quintaesencia de la modernidad y escribió una obra cuántica, psicológica y abstracta, a propósito y con alevosía, por suerte para la literatura.
En Franz Kafka. Vida y contexto (Ediciones Franz, 2019), presento una breve cronología vital y cultural de uno de los autores más enigmáticos, con la intención de arrojar luz sobre su deliberado posicionamiento experimental, revolucionario y de vanguardia.
El proyecto intelectual de Franz Kafka canalizó las confluencias culturales y sociales de la modernidad. En el núcleo de su obra, nítida y deslumbrante, palpitan las vanguardias históricas, la relatividad y le principio de incertidumbre y, en general, toda la perplejidad del siglo XX. El desconcierto y maravilla que suelen provocar sus relatos es tal, que no es posible someterlos a clasificación, lo que significa que, de alguna manera, rompen la historia de la literatura en dos. La obra del genial escritor se zafa de toda explicación. Aunque se haya analizado e interpretado desde todos los ángulos, con la intención de descifrar lo que acontece en sus relatos y cuál es su significado, su obra sigue sin poder explicarse por la sencilla razón de que no significa nada: sólo existe, sólo es.
Toda literatura es una embestida contra la frontera. Franz Kafka
He querido reivindicar la mente e intuiciones de Franz Kafka como artista de vanguardia, cuyo posicionamiento estético y formal fue radicalmente nuevo, desmitificando la leyenda que lo retrata como escritor atormentado, inmaduro y neurótico. Las ambiciones creativas de Kafka se entienden mucho mejor si se abandona la idea de que se trata de literatura edípica, simbólica o incluso de que se trate siquiera de una narración, disuelta como está en los limites del lenguaje. De ahí que nos dé la impresión de estar al filo de lo imaginable, en un intersticio entre la representación y la abstracción, porque su escritura no implica diferencia entre forma y contenido, realidad y ficción, código y fábula.
Desde el punto de vista literario, Kafka buscaba en su obra la total perfección formal; sus relatos debían expandirse orgánicamente, puros y compactos, como si fueran una rama de la neurología. Desde el punto de vista vital, Kafka sabía que no sólo se necesita inspiración para dominar las impenetrables leyes de la escritura, sino también una energía psíquica inmaculada, una corriente continua y obsesiva que ayudara a trascender lo cotidiano para “encontrar el modo de ponerse a escribir”.
Quizá sea Kafka el escritor de los escritores por antonomasia. Los lectores, o bien aman a Kafka o bien les resulta totalmente indiferente. Pero los escritores… Lo de los escritores con Kafka no tiene rival. Aman y odian a Franz Kafka porque saben que escribir como escribe no es humano: una obra perfecta al filo del defecto, una obra del absurdo pero trascendental, una obra exacta pero enigmática, un bloque de hielo impoluto del que emana un géiser de emoción y ternura, un horror, temor y temblor y, sin embargo, qué pura, qué esencial, qué inconcebible literaria belleza.