La Séptima Ola

Una nueva subjetividad

La Séptima Ola promueve la neutralización, con el objetivo de provocar su total irrelevancia, de lo que se conoce como políticas de la identidad. Todavía nos gusta la metáfora de la Ola porque tiene mucho ímpetu y porque respetamos y celebramos su uso en las distintas etapas de toma de consciencia así llamada feminista. Aunque nuestra visión de las etapas no coincida con la corriente principal porque consideramos que han existido pensadores séptimos a lo largo de toda la historia de las ideas, la cual sabemos que no se desarrolla linealmente ni tampoco de manera homogénea ni simultánea, de ahí la habitual confusión que se produce a la hora de comprender ciertos mensajes, movimientos, protestas y reivindicaciones que en determinados contextos son revolucionarios porque se adelantan a la época que los acepta, pero en otros están desfasados por anacrónicos a su tiempo.

Aunque parece que no tienen absolutamente nada que ver, las políticas de la identidad son la otra cara de la moneda de la lucha de clases, porque, de verdad, aunque parezca que no, han venido a sustituir a la otrora tan problemática lucha de clases. A principios del siglo XX, se luchaba en términos de relaciones de poder sociales, políticas y económicas pero, a partir de los movimientos distópicos que produjeron la II Guerra Mundial, y de las protestas y revueltas de los años 1960, el sistema de poder consiguió neutralizar ese tipo de críticas y canalizó el descontento hacia las amables, por poco violentas, políticas de la identidad. Fue una jugada maestra, desde luego, porque dejó a muchos hombres sin motivación para la lucha mientras se les contentaba con el mito corporativo y porque se dividió a los marginados, y no era la primera vez que se alentaba la división, como veremos.

Según Wikipedia, las políticas de la identidad hacen referencia a las alianzas exclusivas de un determinado grupo [se refiere a un grupo marginado] que comparte características, orígenes, creencias o culturas comunes. En el mundo académico, siempre según Wikipedia, se asumen como las actividades políticas y análisis teóricos que provienen de las experiencias injustas compartidas por determinados grupos marginados por su sexo, su religión, su origen étnico, su color, su nacionalidad, su ideología, etc. 

Tales descripciones son rotundamente falsas. Los individuos que pertenecen a estos grupos que comparten alguna característica son definidos directamente por lo que son o por lo que parecen, y no porque estén agrupados como aliados o como activistas políticos o como analistas teóricos. Su existencia debe girar exclusivamente en torno a una característica concreta, ya sea su origen, su color de piel, su condición física, su sexo o sus circunstancias, en definitiva, una característica que no eligieron pero que les identifica, a la que pertenecen, que les es propia, lo único que les define desde la cuna, desde el principio. Así que es obvio que las políticas de la identidad no emanan de una alianza entre marginados sino que su finalidad es precisamente marginar, discriminar, reducir, dividir y vencer a los marginados.

El artista Santiago Sierra, cuya obra gira en torno a la crítica social cáustica, ha dicho irónicamente que cualquier excusa es buena para considerar que alguien es inferior: eres negro, eres gordo, eres mujer, etc. Pero para no tener que ir diciendo algo tan horrible a la cara de nadie, es mucho más cómodo lo de la identificación o identidad y el fomento de categorías distintas, exclusivas, divisorias, antagónicas.

La cuestión principal es responder a las siguientes preguntas: ¿de dónde emanan las políticas de la identidad?, ¿quién las define?, ¿quién las impone? Si nos remitimos a las definiciones de Wikipedia, parecería que son los propios grupos característicos quienes las deciden. Sin embargo, las políticas de la identidad pertenecen a un sistema de poder basado principalmente en que los marginados no participen; del poder sólo participan unos pocos mientras el resto, que tampoco participa del sistema de poder pero que ocupa un escalón más alto que los marginados, siente que podría ser peor. Es un sacrilegio que los grupos marginados participen del sistema de poder porque alguien tiene que hacer el trabajo sucio mientras el resto siente que, aunque podría ser mejor, le va bien conformándose con hacer un trabajo que ya no es tan sucio, pero bueno, desde luego, no es como para tirar cohetes, aunque podría ser peor. ¿No es genial?

El sociólogo Dalton Conley define al resto como “una no categoría en el sentido de categoría por defecto (default category)” en la que cae todo aquel que paga sus impuestos pero que no pertenece a un grupo marginado. En Estados Unidos sería la gente lo suficientemente blanca que paga impuestos (los que participan de lleno del sistema de poder, pagan muchísimos menos impuestos que los demás, por cierto, porque en esta sociedad todos los c*^’ son iguales pero algunos c*^’ son más iguales que otros, que escribiría George Orwell) y que sabe que podría ser peor. En cualquier caso, el resto se define por lo que hace, lo que tiene, lo que consigue, lo que expresa, incluso por su elocuencia, sus talentos, su belleza, su bondad, su coraje, es más, por sus ideas políticas, por su activismo, por su tal y cual; los individuos sin categoría no se definen por lo que son. Entre ellos, ¿a qué te dedicas? es más importante que ¿cómo estás de salud? o si estás orgulloso de ser tú mismo [esta es un poco cruel, sorry].

El sistema de poder ya ni siquiera necesita subyugación, grilletes, latigazos y toda esa violencia explícita que tanto rechazo genera en los corazones de bien. Se ha inventado una violencia implícita que pertenece a la mismísima existencia del ser, que se lleva incrustada en el ser sólo por ser. Es un grillete mental, un latigazo categórico lo que agrupa a los marginados, es decir, a aquellos que tienen una identidad, lo que básicamente significa pertenecer a la categoría incorrecta y ser unos desgraciados por haber nacido como son. Ellos no están agrupados como aliados ni como activistas políticos ni como analistas teóricos; al fin y al cabo, crear alianzas, comprometerte en el activismo político o convertirte en teórico es algo que haces, que decides hacer, no es algo que eres.

De ahí que sea inconcebible que alguien a quien se le asigna una identidad en este asunto demencial de las políticas de la identidad, no sólo la acepte dócilmente sino que se la apropie y luche por defenderla, “en vez de intentar escapar de las jaulas en las que otros pretenden encarcelarnos”, decía la escritora Lionel Schriver en el polémico discurso que pronunció en 2016 durante el Festival de escritores de Brisbane, al invitar a quien se define como “embajador de una amalgama” a dejar de ser invisible. 

La Séptima Ola promueve telescopios, artefactos de rayos X e incluso aceleradores de partículas que permitan hacer visible lo invisible, porque ser ignorado, ninguneado y despreciado en la sociedad es uno de los peores exilios humanos.

En su aclamada novela El hombre invisible, Ralph Ellison presenta a un protagonista que dice que es invisible porque es la manera que tiene de expresar que la sociedad no puede ver su singularidad como individuo debido a que es negro, y ser negro, en tal sociedad, es lo que le define; no es lo que le define como persona desde su punto de vista subjetivo, desde luego, sino que es una política de la identidad que le cae impuesta como una losa desde la sociedad; por supuesto, en ningún caso se apropiaría de la losa, una lápida discriminatoria que pesa un quintal.

Ellison escribió su novela a finales de los años 40, cuando las leyes de segregación racial dominaban la jurisprudencia y la vida cotidiana en muchos estados de los Estados Unidos. El libro ganó un National Book Award en 1953 por dos motivos: porque es una obra maestra y porque a quien ha sido identificado con una identidad determinada le está permitido hablar de lo difícil y sacrificado y horrible que es ser identificado con esa identidad. Puedes leer un texto al respecto de este bucle sistémico aquí.

La Séptima Ola promueve una nueva subjetividad que no está basada en una identificación o categorización sistemática de las personas conforme a atributos que no han elegido sino en el posicionamiento singular, poderoso y libre de cada cual. Existe en el ser la posibilidad de la belleza de ser en sí mismo y existe entre dos seres que son en sí mismos la posibilidad de emprender una relación no jerárquica, propia, original y libre.

En la Séptima Ola será de perogrullo decir que hay seres humanos hombres y seres humanos mujeres debido al hecho de que los seres humanos se reproducen sexualmente y es así como la naturaleza ha organizado el asunto de su supervivencia; los seres humanos no están divididos entre hombres y mujeres sino que son hombres y mujeres, son así. Intenta sobreponerte a este hecho y move on. Es un hecho maravilloso. De la misma manera, existen seres humanos más claros y más oscuros y no es ninguna división categórica, es un asunto de adaptación y supervivencia que no tiene importancia, move on. Si los seres humanos no se adaptaran mejor al entorno que las cucarachas, con pieles que permiten la absorción del más mínimo rayo de sol en el norte o que bloquean la dictadura del rayo de sol extremo en el sur, no habrían sobrevivido; a no ser que lo que busquen algunos sea una excusa para robar (que no intercambiar) recursos. También existen fisionomías más gruesas, que favorecen la acumulación de grasa para soportar mejor las hambrunas, fisionomías más atléticas, si de lo que se trata es de cazar búfalos, o fisionomías delgadas en tiempos de sobreabundancia alimenticia. La diversidad es nuestra fortaleza. Y se sabe desde hace tiempo inmemorial; la endogamia es peligrosa y sólo crea malformaciones y tarados.

La Séptima Ola promueve la libertad y la diferencia, es decir, celebra lo que algunos denominan diversidad. No nos gusta mucho el concepto, por remitir a la variedad que puede darse en la fauna y flora pero  tenemos sentido del humor y comprendemos que es un término útil para no aburrirse en la homogeneización absurda y absoluta del mundo así llamado global. En todo caso, la diferencia nunca significa desigualdad jurídica, social o de oportunidades o jerarquías, claro.

Cuando la Revolución Científica y la Ilustración y el desarrollo de la industria y el ascenso de la burguesía en la sociedad trajeron una nueva visión del mundo que necesitaba nuevas jerarquías sociales y nuevos sujetos económicos y las personas empezaron a verse a sí mismas como ‘nuevas’ también, en el sentido de singulares, individuales, paralelamente empezaron a plantearse lo de la igualdad jurídica, social o de oportunidades, etc .

Por lo general, quien piensa sobre su propia singularidad e igualdad, mágicamente se le ocurre pensar sobre la igualdad de los demás e incluso sobre el tipo de sociedad de la que quiere formar parte. De ahí que los movimientos abolicionistas y feministas hayan ido de la mano hasta que fueron segregados deliberadamente, a mediados del siglo XIX. Puedes leer sobre el asunto aquí. Al plantearse aparentemente como luchas o reivindicaciones distintas se crea una gran confusión y, con gran astucia, se promueven las horribles políticas de identidad, se incrustan en la mente de los identificados para que no formen alianzas ni actividades políticas ni análisis teóricos con quienes supuestamente no comparten características. Asunto que desde el posicionamiento de la Séptima Ola nos parecería hilarante si no fuera tan trágico.

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